José Luis Arsuaga es un paleoantropóplogo español. |
“Decía Rainer Maria
Rilke que la infancia es la patria del hombre. De ahí venimos y ahí
permanecemos un poco para siempre. Es verdad. Pero también es cierto que la
patria de todo ser humano es la Prehistoria. También venimos de ahí, porque
somos en gran medida lo que hemos sido a lo largo del dilatado proceso evolutivo
que empezó hace más de 3.500 millones de años. Mucho más recientemente
aparecieron los primeros homínidos, en África hace unos siete millones de años,
y hace “tan sólo” unos 180.000 años nos parió la Tierra, también en África, a
los humanos actuales, los orgullosos y a veces insensatos miembros de la
especie “Homo sapiens”.
A los primeros
homínidos africanos difícilmente podemos calificarlos de humanos, aunque sean
antepasados nuestros, porque no tenían muchos de los atributos que nos
distinguen de los demás primates y nos hacen únicos. Ni siquiera cuando se
pusieron de pie, hace quizás seis millones de años, eran radicalmente
diferentes de nuestros parientes los chimpancés. Vivían como ellos en los
bosques y se alimentaban de frutos maduros y de hojas y tallos tiernos. Eran
todavía una rama más del árbol de los grandes monos.
Hubo, más adelante,
grandes cambios en la geografía y en el clima de África que afectaron también a
nuestros antepasados, que se fueron adaptando a nuevos ambientes, más abiertos,
y a nuevos recursos. Con el tiempo su cerebro creció, incorporaron la carne a
la alimentación, y aprendieron a tallar la piedra para sustituir con la
tecnología lo que les negaba su morfología: la capacidad para machacar y
rasgar. Estos homínidos eran de talla pequeña, comparada con la nuestra. No
alcanzaban mucha más altura que los chimpancés puestos de pie.
Finalmente, los
homínidos, hace cerca de dos millones de años, ya tenían un aspecto y una
estatura que nos harían exclamar si los viéramos: ¡humanos! Fueron ellos los
que salieron de África para poblar, por primera vez, Europa. Y aquí comienza
nuestro viaje a la Iberia más profunda, la de los padres de los padres de
nuestros padres.
Nos hemos
acostumbrado a un hecho que, si bien se mira, es prodigioso. Resulta que la
Tierra tiene memoria, que conserva recuerdos de los acontecimientos que se han
producido en ella desde que se formó, de los cambios que han afectado a sus
rocas, a su relieve y a los seres vivos que la han habitado a lo largo de la
inmensidad del tiempo geológico. A sus paisajes, en definitiva. Y es en esos archivos
donde los prehistoriadores -paleontólogos y arqueólogos-, buscamos los rastros
de nuestros predecesores. Afortunadamente, la memoria de la Península Ibérica
es larga y extraordinariamente completa. Los prehistoriadores españoles somos
muy afortunados.
Los primeros
indicios de presencia humana en nuestro solar vienen del sur, de Granada, más
concretamente de la comarca de Orce, donde en un par de yacimientos se han
excavado utensilios de piedra de 1,3 millones de años de antigüedad. La cuenca
de Guadix-Baza, a la que pertenecen estos yacimientos, es riquísima en
vestigios arqueológicos y paleontológicos, pero además el campo es de una
impresionante belleza, áspera y desolada, que tiene mucho de salvaje y de
ancestral. Merece la pena, desde luego, recorrer y sentir estos paisajes.
Es posible que
hubiera humanos antes de 1,3 millones de años en la Península, porque en el
yacimiento de Dmanisi, al sur del Caúcaso, en Georgia, se han recuperado unos
cráneos espléndidos de hace 1.800.000 años. Estos fósiles son de unos humanos
muy arcaicos, para los que se ha creado la nueva especie “Homo georgicus”. Tal
vez el Homo georgicus llegara hasta nuestras tierras, aunque no es, ni mucho
menos, seguro.
Pero donde sí
podemos encontrarnos cara a cara con europeos muy antiguos es en el yacimiento
de la Gran Dolina, en la Sierra de Atapuerca. Este hallazgo nos mantiene en
vilo desde el año 1994, cuando un pequeño sondeo nos llevó hasta el nivel 6 de
la estratigrafía de la cueva. Allí aparecieron los restos óseos de media docena
de personas, muy fragmentados y con marcas de corte. Dos niños, un
preadolescente, un adolescente y dos adultos muy jóvenes habían sido consumidos
en ese lugar por otros humanos. No hay, en principio, razones para creer que se
tratara de un canibalismo de tipo ritual. Si no pensamos que los ciervos y
caballos que aparecen mezclados con los fósiles humanos en el yacimiento fueran
consumidos ritualmente, tampoco hay por qué pensarlo de los humanos.
Para estos primeros
restos europeos se ha creado la especie “Homo antecessor”. Aún no sabemos mucho
de ella, porque la mayor parte del yacimiento está por excavar, pero tiene
rasgos mucho más modernos que los del “Homo georgicus”. O sea, son mucho más
parecidos a nosotros que los fósiles georgianos, y no es de extrañar porque
entre unos y otros habían transcurrido 800.000 años de evolución. Me he
atrevido antes a llamar personas a los homínidos de la Gran Dolina y ahora
quisiera extenderme un poco más sobre el tema. Físicamente, es decir “por
fuera”, se parecían indudablemente mucho más a nosotros que a los chimpancés.
Pero no todos los expertos admitirían sin más que cuanto más parecido sea a
nosotros un homínido fósil “por fuera”, más lo será “por dentro”. Y me estoy
refiriendo a sus capacidades mentales.
Los humanos de la
especie “Homo sapiens” nos diferenciamos mucho de los demás animales en la
mente, por utilizar un término que entiende todo el mundo. Tenemos ciertas
capacidades cognitivas que no se encuentran en absoluto, o apenas están
desarrolladas, incluso en nuestros parientes más cercanos. Para empezar somos
conscientes de nuestra propia existencia, y de la existencia de los demás. Y
también sabemos que los demás tienen una mente como la nuestra, e intentamos
leerla para anticiparnos a sus actos, o para que se adhieran a nuestros
proyectos, o simplemente para engañarlos. Además podemos imaginarnos el futuro,
o los posibles futuros, e intentar planificar nuestra vida a largo plazo. A
veces las cosas no salen como habíamos imaginado, pero al menos tratamos de
evitar futuros indeseables y ponemos los medios para que no ocurran. Nuestra
mente es, además, capaz de crear símbolos, a través de los cuales nos
comunicamos. Es a eso a lo que llamamos lenguaje humano. Y además tenemos una
infancia muy larga, que supone un prolongado periodo de aprendizaje, nos
organizamos en grupos en los que todos los individuos cooperan entre sí, y
somos capaces de fabricar instrumentos muy complicados.
Nos gustaría mucho a
los prehistoriadores saber cuándo surgieron estas facultades en la evolución
humana, pero es mucho más fácil reconstruir a las especies fósiles “por fuera”
que “por dentro”. La “Paleontología Cognitiva” es una disciplina con muchos
problemas.
Hay,
afortunadamente, un yacimiento en la Sierra de Atapuerca que nos puede ayudar
en esa investigación acerca de la evolución de las capacidades cognitivas. Se
llama la Sima de los Huesos, y contiene los esqueletos completos de una
treintena de humanos, que van siendo recuperados poco a poco. Su antigüedad ha
sido establecida en unos 400.000 años y la especie a la que pertenecen se llama
“Homo heidelbergensis”. Eran unos humanos terriblemente fuertes, mucho más que
nosotros; más anchos y más musculosos. Algunos tienen señales de haber recibido
golpes fuertes en la cabeza, pero prácticamente no hay huesos del cuerpo con
fracturas curadas; es decir, que se rompieran en vida y que luego se soldaran.
Como no es posible imaginar que nadie se partiera jamás un brazo, una pierna o
la cadera, hay que deducir más bien que no sobrevivían a esos traumatismos
graves. Debían de ser poblaciones muy móviles y sometidas a pruebas muy duras,
que raramente superarían los que se accidentaran gravemente.
El cerebro de los
humanos de la Sima se acercaba ya en tamaño al nuestro, aunque todavía la media
era más baja. Como además pesaban más que nosotros, su cerebro resultaba
claramente inferior en proporción. No serían por tanto mentalmente como
nosotros, pero ¿podemos llamarlos ya personas? Quizás la respuesta se encuentre
en el propio yacimiento, porque pensamos que los cadáveres los depositaron en
aquel oscuro rincón de la Cueva Mayor otros humanos como ellos. Se trataría así
de una práctica funeraria, que posiblemente esté conectada a alguna idea o
creencia compartida por todo el grupo. Junto con los cadáveres se ha encontrado
una extraña y bella hacha de mano de color rojo, que podría interpretarse como
una ofrenda.
También pensamos que
aquellos humanos eran cooperativos. Esto lo deducimos de las escasas
diferencias de tamaño que había entre hombres y mujeres. En los gorilas, por
ejemplo, hay grandes diferencias de corpulencia entre los dos sexos, y los
machos adultos no se toleran entre sí. Por eso son tan fuertes, porque tienen
que combatir unos con otros.
Un aspecto muy
importante del estudio de los homínidos fósiles es el del lugar que éstos
ocupaban en sus ecosistemas. Lo que hoy se llama el nicho ecológico. ¿Era la
población de la Sima básicamente recolectora de frutos y otros productos
vegetales, y un poco carroñera? ¿O eran, además de recolectores y carroñeros,
cazadores poderosos capaces de abatir grandes presas? ¿Competían en igualdad de
condiciones con el lobo, la hiena y el león, los otros grandes depredadores
sociales de la época?
Hay un espléndido
paraje soriano, cerca de Medinaceli, donde se han producido importantes
batallas científicas por esta cuestión de la economía de los hombres
prehistóricos más antiguos. En los yacimientos de Torralba y Ambrona se han
encontrado muchos esqueletos de los grandes elefantes de defensas rectas. Su
antigüedad es un poco inferior a la de la Sima de los Huesos, pero el tipo
humano que poblaba entonces la meseta era básicamente el mismo. Algunos autores
han creído que en aquellos páramos sorianos, entonces tierras pantanosas, los
humanos organizaban grandes cacerías de proboscidios. Es ésta posiblemente una
visión demasiado optimista de las capacidades cinegéticas de los hombres
prehistóricos, e incluso de los cazadores modernos antes de las armas de fuego.
Pero que humanos
como los de la Sima de los Huesos no dieran batidas de elefantes no los
convierte, a mi juicio, en los más humildes de los carroñeros, porque tampoco
los leones cazan elefantes en la plenitud de su vigor. Yo pienso que aquellos
humanos eran muy poderosos físicamente, disponían de largas lanzas de puntas
muy agudas, eran listos y estaban bien organizados. Se encontrarían por lo
tanto en lo más alto de la pirámide ecológica, con la ventaja adicional sobre
los carnívoros estrictos de que también sabrían aprovechar los frutos que deparan
nuestros bosques a finales del verano y en el otoño. En todo caso, hay que ir a
Ambrona a ver esos esqueletos de elefante y a sentir el viento de la paramera
en la cara.
Los humanos que
vienen después en este paseo por la Iberia más profunda son los neandertales.
Siempre aclaro que no son unos humanos antiguos, o por lo menos no más antiguos
que nosotros, porque se originaron más o menos a la vez. Solo que ellos lo
hicieron en Europa y nosotros en África. Hace 150.000 años ya podemos hablar de
“Homo neanderthalensis” y de “Homo sapiens” como dos especies que coexistían,
pero que aún no convivían. El registro paleontológico y arqueológico de los
neandertales de la Península Ibérica es muy importante. Hay fósiles en las
cuevas de El Sidrón (Asturias), en Cova Negra (Valencia), en Zafarraya
(Málaga), en La Carihuela (Granada) y en muchos sitios más. Los últimos
neandertales desaparecieron hace unos 30.000 años, quizás incluso algo menos, y
parece que se extinguieron antes en el norte que en el mundo mediterráneo. El
cráneo más completo procede de un yacimiento de Gibraltar, y es uno de los
primeros restos que se conocieron de esta especie. Vivían los neandertales
gibraltareños muy cerca de la costa, y en ocasiones explotaban los recursos
marinos. El paisaje de sus correrías no sería muy diferente al del actual Coto
de Doñana, por lo que ya tenemos los aficionados a la Prehistoria una estupenda
excusa para visitar este rincón de naturaleza salvaje, tan lleno de vida hoy
como pleno de oportunidades para los neandertales en el pasado.
Los neandertales ya
no están aquí, y su extinción coincide con la llegada del “Homo sapiens” a
Europa. O mejor dicho, se produce en los milenios que siguieron a la llegada de
los cromañones (los representantes paleolíticos del “Homo sapiens”) a nuestro
continente. Yo creo que la razón por la que ya no hay neandertales es porque
nosotros los desplazamos. Eso no quiere decir que hubiera grandes peleas, pero
sí que competían por los recursos disponibles en el medio. La competencia entre
dos especies es tanto más intensa cuanto más parecidos son sus nichos
ecológicos. Por eso precisamente, pienso yo, los cromañones y los neandertales
eran incompatibles. No porque sus economías fueran muy diferentes, sino porque
coincidían casi en todo.
Está claro que los
europeos no descendemos de los neandertales, pero pudo, en principio, haberse
dado algún caso de mestizaje si eran genéticamente compatibles (en cuyo caso no
serían diferentes especies). En mi opinión, tal cosa no ocurrió nunca o casi
nunca.
El capítulo de la
convivencia entre neandertales y cromañones en la Península Ibérica es
fascinante, pero el que viene luego es deslumbrador. Para empezar el clima se
hizo muy frío, despiadadamente frío podríamos decir, y el paisaje cambió completamente.
Eran tiempos duros en los que los icebergs se paseaban por nuestros litorales
cantábricos y atlánticos. Como había mucha agua congelada en forma de hielo en
el planeta, el nivel del mar estaba más de cien metros por debajo del actual, y
la línea de costa no coincidía con la presente. Prácticamente desapareció todo
el bosque, y nuestros altiplanos se convirtieron en una inmensa estepa barrida
por el viento en la que pastaban las manadas de caballos. Los hombres
prehistóricos de las tierras del interior peninsular solo verían algunos
rodales de pinos y de abedules. También formarían parte de sus vidas las
indómitas sabinas. Pero en los valles más bajos y protegidos, y en refugios
costeros, se acantonaban los últimos bosques templados y mediterráneos, que
repoblarían la Península al terminar la glaciación.
Aquellos dilatados y
rudos paisajes esteparios ya no existen, salvo en las altas alcarrias o en las
tierras más secas, donde del hombre moderno ha eliminado los árboles. En esos
territorios, como diría el jefe Diez Osos, el viento aún vaga libre y nada se interpone
en el camino del sol.
Tenemos mudos
testigos del frío en los fósiles, en las montañas y en las pinturas rupestres.
La Península también guarda memoria de aquella gran glaciación. Confieso que
entre las faunas prehistóricas siento debilidad por las especies que indican
ambientes muy fríos, porque me transportan a las tierras del Gran Norte, a las
tundras y taigas próximas al Polo. Los renos se movieron por el norte de la
península, y posiblemente también por la Meseta, pero los mamuts y los
rinocerontes lanudos llegaron todavía más abajo. Hay fósiles de los segundos en
Madrid, aunque no conocemos su antigüedad, y restos de mamuts al sur de
Granada, fechados en 35.000 años, cuando todavía vivían los neandertales. Estos
rinocerontes lanudos y mamuts españoles son los más meridionales conocidos en
toda Eurasia.
Otro impresionante
recuerdo de la última glaciación lo tenemos en las montañas, y en todas las
grandes cordilleras de la Península. Son los glaciares, que se extendieron
mucho, y cuyas huellas, por ser tan recientes, se conservan muy bien. Amén de
que todavía nos quedan, aunque muy reducidos, algunos glaciares “vivos" en
los Pirineos. No necesitamos desplazarnos mucho para ver cómo los viejos
glaciares modelaron el paisaje, labrando valles como el de Ordesa – o excavando
hoyas si eran más modestos-, puliendo las rocas, y acumulando depósitos de
piedras llamados morrenas. Gran parte de los españoles tenemos algún buen
ejemplo cerca de casa. Los madrileños sólo tienen que acercarse a la Sierra de
Guadarrama, sobre todo al sector de Peñalara, para verlos, y si viajan hasta la
cercana Sierra de Gredos, la recompensa sería aún mayor.
Y por supuesto, está
el arte prehistórico, tanto en forma de pequeñas esculturas e instrumentos
decorados de hueso y asta, como en pinturas y grabados, bien en placas de
piedra, en cuevas o al aire libre. Aquí tenemos una manifestación del espíritu
humano que no se les conoce a los neandertales, y tal vez revele una diferencia
sustancial en el tipo de mente. Yo no creo que los neandertales carecieran de
capacidad simbólica; sabemos que enterraban a sus muertos y yo les supongo
dotados de lenguaje, pero es posible que su imaginación y su creatividad no
llegaran tan lejos.
Hay multitud de
estaciones de arte rupestre a disposición de los españoles inquietos y
curiosos, y debemos acercarnos a ellas y llevar a nuestros hijos a que las
conozcan. Cuanto antes. Altamira es por méritos propios la más famosa, pero a
mí me han emocionado igualmente otros muchos de estos lugares sagrados. Tantos
que renuncio de antemano a hacer una lista de preferencias, entre otras cosas
porque cuenta, y de qué manera, la actitud con la que uno se acerca al arte
prehistórico, como a cualquier otra manifestación artística, y el estado de
ánimo no siempre es el mismo. Pero puedo asegurar que todas las rocas pintadas
y grabadas que he visto en mi vida han dejado en mí una huella imborrable.
Entre las estaciones
al aire libre, es imprescindible visitar los conjuntos de Foz Côa, en Portugal,
y Siega Verde en Salamanca. Y hay además una cueva en Cantabria, llamada La
Garma, que no puedo dejar de mencionar porque, aunque no está abierta al
público, nos transporta directamente al mundo del paleolítico. Su entrada se
cerró en aquel entonces y ha llegado hasta nosotros intacta, con sus suelos
cubiertos de restos de comida y de instrumentos, sus estructuras de habitación
y sus paredes espléndidamente pintadas. El tiempo se ha detenido en La Garma.
Hace unos diez mil
años terminó la glaciación, y entonces el paisaje empezó a poblarse de árboles,
salvo en las montañas más altas, y adquirió su fisonomía actual. O mejor, la
que tenía antes de que los primeros agricultores y ganaderos empezaran a abrir,
pocos milenios después, claros en los bosques para sus cultivos y sus animales
domésticos. Los últimos cazadores y recolectores explotaban todos los recursos
disponibles, tanto marinos como terrestres. Ésa fue la época en la que la
naturaleza salvaje proporcionó más calorías a los seres humanos.
La adopción de la
economía de producción, agrícola y ganadera, se fue abriendo paso en la
Península, y cada vez eran menos los que vivían exclusivamente de la caza y de
la recolección. El rendimiento del terreno, naturalmente en términos de
calorías para los humanos, era mayor con la agricultura y la ganadería, y por
eso las sociedades con economía productiva se fueron haciendo más y más
numerosas. Seguramente hubo conflictos entre unos y otros, y éste es otro tema
precioso de la prehistoria ibérica. De esa época en la que se iba extendiendo
la nueva economía, y desaparecía la vieja, son las famosas pinturas del llamado
Arte Levantino, que se encuentran en gran parte del litoral mediterráneo y
profundizan mucho hacia el interior peninsular. Un espléndido conjunto, muy
digno de visitarse con calma, es el del barranco de la Valltorta, en Tirig,
Castellón, pero hay otros muchos. Son pinturas bellísimas realizadas en
abrigos, muy diferentes del arte de la época de la glaciación. Aparecen en
ellas arqueros y danzantes, escenas de caza y de recolección. La prehistoria no
termina con ellas, pero tal vez sea éste de los últimos cazadores un buen
momento de poner el punto final a nuestro viaje por la Iberia auténticamente
salvaje.
CODA: Durante los
meses de Junio y Julio del año 2007 se encontró una mandíbula en el yacimiento
de la Sima del Elefante (Atapuerca) que se aproxima al millón y medio de años.
LA IBERIA
PREHISTÓRICA. Por Juan Luis Arsuaga.
Jueves 30 de Abril,
2009. Publicado en El País Semanal